María Tudor e Isabel I, dos monarcas inglesas de armas tomar
La monarquía británica es una de las más antiguas del mundo, nada que envidiar la española, por cierto, especialmente si tenemos en cuenta la definición de Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897), que, además de ser un insigne político español de la época de Alfonso XII es también un notable e ilustre historiador, según la cual “el origen de las naciones se halla en la delimitación que la Corona hace de un territorio a lo largo de la Historia”.
Imposible resumir en un artículo la vasta historia de las diferentes dinastías que conforman o han formado la corona británica, especialmente si tenemos en cuenta que en nada se parece un mapa del siglo IX de la famosa isla, con el actual. Si hemos de ser rigurosos con la historia, y un historiador tiene esa obligación, debemos hablar de más de mil años de historia. Lógicamente en todo ese largo período de tiempo hay muchos reyes y reinas con cientos de anécdotas, pero en este artículo me quiero centrar en la figura de dos reinas por derecho propio, es decir, no consortes, que precedieron a Isabel II en el trono. Se trata de María Tudor y de Isabel I. Ambas ocupan un lugar profundamente destacado en la historia a pesar de lo diferentes que fueron entre sí y del tiempo que llevaron las riendas de la corona.
María Tudor
La reina María tiene el honor y el privilegio de aunar dos dinastías fuertes y llenas de un glorioso pasado: Trastámara y Tudor. Hija de Enrique VIII y de su primera esposa, Catalina de Aragón, subió al trono tras el temprano fallecimiento de su hermanastro Eduardo VI a la edad de 16 años. Único descendiente legítimo varón de Enrique VIII, subió al trono en el mismo instante que falleció su padre. Su madre, que murió días después de haber dado a luz, era la tercera esposa del monarca inglés de las seis que tuvo. Era Juana Seymour y es la única que obtuvo el privilegio de ser bien tratada por el rey. De hecho, está enterrada junto a él en la capilla de San Jorge en el Castillo de Windsor.
María tuvo una infancia complicada, difícil y, sobre todo, triste. Muy unida a su madre Catalina, que era la pequeña de los hijos de los Reyes Católicos, tuvo que presenciar la profunda humillación que su propio padre le hizo pasar tanto a ella como a su progenitora. Para entender la figura de María Tudor es interesante comprender su situación. Su madre era una ferviente católica y su padre rompió con Roma para poder casarse con Ana Bolena, una mujer de la corte de la que se encaprichó. No solamente vio cómo su madre era despreciada, humillada y desterrada de la corte, sino que también tuvo que soportar ser desheredada cuando la nueva reina dio a luz a su hermanastra Isabel, la futura Isabel I.
La historiografía puede haber sido injusta con ella ya que ha sido apodada como la sanguinaria, o en inglés Bloody Mary, por su intensa persecución a los no católicos, pero en historia hay que tratar de situar los acontecimientos en contexto e intentar entender la situación que el personaje en cuestión vive. En primer lugar, es fácil entender el resentimiento con el que creció debido al comportamiento de su padre hacia ella y hacia su madre. En segundo lugar, en el siglo XVI la cuestión de la fe no era un tema baladí, sino todo lo contrario. No se puede entender la historia de nuestro continente sin entender la historia del cristianismo. María Tudor vivió un momento convulso en Inglaterra. Su padre había roto con Roma, pero ella reinó como reina católica y, si bien es cierto que persiguió y quemó a “herejes”, no es menos cierto que hizo algo propio de los monarcas en aquella época. Su padre también había ejecutado de manera indiscriminada a quien le llevaba la contraria o molestaba (su segunda esposa y cuarta esposa, sin ir más lejos) y su hermana Isabel I (anglicana) tampoco se quedó corta en su persecución a los católicos.
María Tudor se casó tarde para una época en la que las mujeres contraían matrimonio alrededor de los 15 años. Unos enlaces que estaban concertados muchas veces desde la cuna para fortalecer lazos políticos y territoriales. La propia madre de María, Catalina, había sido un elemento muy útil, como todos sus hermanos, en la política de expansión que los Reyes Católicos planearon de manera brillante a través de los matrimonios de sus hijos.
Los motivos por los que la historia le reserva un lugar privilegiado son varios, pero quizás el más importante sea que es la primera monarca titular de la corona en la historia británica. Es verdad que antes que ella estuvo reinando, pero solo unos días, Juana Grey, monarca que enseguida fue depuesta…y ejecutada. Cuando María Tudor llegó al trono lo primero que hizo, quizás en justicia a la memoria de su madre y porque verdaderamente era católica, fue abolir la Reforma Anglicana que tanto dolor de cabeza había causado su padre en Roma… y en la propia Inglaterra. Ciertamente persiguió a los que ella consideró disidentes religiosos y se cuentan unos 280 ejecutados en la hoguera. Algo muy normal, por otra parte, en aquella época. Recuerde el lector que las cosas en el XVI no se solucionaban dialogando y, si bien los ingleses son de las naciones con un parlamento más antiguo, no es menos cierto que no es hasta bien entrado el siglo XVII cuando los monarcas dejan de tener la potestad de gobernar, además de reinar.
Se casó con el rey Felipe II, que era su sobrino segundo, ya que era el hijo de su primo hermano el emperador Carlos I de España y V de Alemania. Recuerde el lector que el emperador Carlos fue el primer hijo de Juana I de Castilla, hermana de la madre de María Tudor, Catalina de Aragón. Dicho matrimonio se firmó bajo unas premisas muy concretas de manera que, si ella fallecía antes que él y sin tener hijos, como así sucedió, el rey Felipe II, titular de la monarquía hispánica, no tendría ningún derecho sobre la corona británica. Por cierto, mientras duró su matrimonio con nuestro monarca, ella ostentó el título de reina consorte de España, aunque jamás pisó nuestro país ni se inmiscuyó en asunto alguno. Bastante tenía con lo suyo.
Días antes de su muerte, el 17 de noviembre de 1558, reconoció a su hermanastra, la princesa Isabel, como su sucesora. María Tudor está enterrada en la Abadía de Westminster. La historiografía protestante es quizás la máxima responsable de haberle dado una fama de sanguinaria a una reina que, más que probablemente, el pueblo británico no tenga entre sus monarcas favoritas. Es importante señalar que su “mala” fama dio comienzo ya en el siglo XVI y ha ido acrecentándose con el paso de los siglos, aunque, en honor a la verdad, en su época dicha fama se “amortiguó” un poco por el amor que le pueblo siempre le había profesado a su madre, la reina Catalina.
Isabel I
Subió al trono a la muerte de su medio hermana María Tudor. Como su ella, sufrió las veleidades de un padre caprichoso que le retiró el título de princesa y, por consiguiente, su derecho a la sucesión en la corona. María era la hija de Ana Bolena, injustamente acusada de adulterio al mismísimo rey, con lo que en aquella época conllevaba: ser ejecutada. En un principio el monarca, motivado por un injustificado odio, pensó en mandarla matar quemada en la hoguera, pero en un acto que algunos historiadores han calificado de piadosos, le cambió la forma de morir y le otorgó la de ser ejecutada cortándole la cabeza y, además, con una espada y no con un hacha. Esto no es una cuestión menor ya que con el hacha no pocas veces el reo necesitaba varios cortes con el sufrimiento que ello conllevaba. Bolena murió de un corte limpio hecho por un verdugo francés expresamente traído por el que había sido su esposo. Todo un detalle por su parte.
Tenía tan solo 3 años Isabel cuando se quedó huérfana de madre y despojada de sus títulos. La obsesión de su padre por tener un varón (legítimo, claro está) no le sirvió de nada y, aunque no vivió para verlo, como es lógico, Isabel subió al trono como Isabel I siendo la primera monarca inglesa verdaderamente anglicana y cuyo reinado ha pasado a la historia por ser largo, 45 años. Es verdad que la recientemente fallecida Isabel II reinó casi el doble de tiempo, pero la esperanza de vida del XVI, lógicamente nada tiene que ver con la actual.
En un reinado de 45 años hay infinidad de asuntos que resaltar, pero quizás los más interesantes sean tres. Por un lado, su persecución a los católicos (justo lo contrario que su antecesora y medio hermana), dos, su negativa a casarse, tres, su eterna enemistad con maría Estuardo, reina de Escocia a la que finalmente envió al patíbulo en un ejemplo de “buen costumbrismo” de la época y cuatro, la férrea enemistad que mantuvo siempre con España y eso a pesar de que al comienzo de su reinado dio sobradas muestras de amistad con Felipe II. Poco le duraron y famosa es la derrota española frente a Inglaterra y con la gloriosa (o no tanto) Armada Invencible.
La fama de sanguinaria la tiene María Tudor, como hemos visto, pero Isabel I no se quedó corta enviando a la hoguera a católicos. Ciertamente ella se sentía amenazada por las constantes y durísimas represiones que el Duque de Alba llevaba a cabo en Holanda (en aquella época territorio español) y quizás por ello tuvo este hecho como pretexto para aplacar cualquier intento de vuelta al catolicismo en su país. Hay que recordar también que hablando de un momento en el que dos imperios se disputan la hegemonía sobre todo en ultramar: España e Inglaterra y que hay que derrotar al enemigo sea como sea. La leyenda negra que pesa sobre España arranca precisamente de esta interesantísima época y de la mano tanto de británicos como de los Orange holandeses.
La cuestión matrimonial llama poderosamente la atención en una época en la que casarse y tener descendencia era lo que se esperaba de una mujer (salvo si era monja), y más si era reina y todavía más si era la reina titular. Pero Isabel siempre se negó. Las razones no han estado nunca claras, pero es fácil suponer que no quiso jamás someterse al poder que sobre ella ejercería (seguro) un posible marido. El hecho de no casarse y no tener hijos hizo que con ella se extinguiera la dinastía Tudor.
En cuanto a su gran enemiga María Estuardo tampoco es difícil imaginar que la causa de dicha enemistad fue sobre todo por la cuestión religiosa. María era católica y la natural descendiente de Isabel si esta no tenía hijos como así sucedió. Pero el empeño de la monarca británica por evitar la vuelta del catolicismo tuvo mucho que ver con que estampara la firma que llevó al cadalso a la pobre María Estuardo quien, por cierto, tuvo la mala suerte de no morir en el primer hachazo.
Gema Lendoiro
es periodista y doctoranda en Historia Moderna por la Universidad de Navarra
Temas:
- Especial Reina Isabel II